Ser ateo es algo comun en el mundo. Las personas que se autodominan agnosticos tienen razones muy de fondo y no podemos hacer un juicio en contra o a favor en cuestion de segundos. Lo que si podemos no negar es la existencia del bien y el mal en el mundo.
Existen los hombres que viven de una manera tan opulenta que se bien se les podria nombrar reyes o principes de este tiempo; pero tambien existen los hombres que pueden durar dias sin comer, o simplemente morir de hambre, (cosa que esta aconteciendo todos los dias). Entonces antes que cuestionar la existencia de UN SER SUPREMO, nos encontramos ante otras realidades que se anteponen; el problema del BIEN Y EL MAL.
Vale la pena analizarlo simplemente desde el punto economico mundial. Las naciones mas ricas no se preocupan de las paises tercemundistas porque no les les da ningun beneficio ayudar. Entonces no hay amor por los demas hermanos de la raza humana. He aqui en el problema: la falta de amor. No podemos describir el amor como algo simplemente sentimental. El amor es un CONCEPTO Y UNA REALIDAD, que se ponen o se debe poner en practica todos los dias. Es algo que trasciende mas alla de lo que somos, y por ser tan TRACENDENTE, es inaceptable por muchos de nosotros. Independientemente que de que tu creas que DIOS EXISTE O NO EXISTE, ve al fondo de tu ser, y mas que lanzar las preguntas existenciales del origen del universo, o el origen de la vida, habra que preguntarnos porque estamos aqui cada uno de nosotros. Cual es la finalidad de nuestra propia vida?, porque si da lo mismo morir que vivir, o simplemente portarnos sin reglas morales y hacer un desequilibrio en todo: asi como matar da igual, dormir con la mujer de mi vecino da lo mismo, violar, robar, mentir, secuestrar, extorcionar, etc etc etc, es lo mismo que hacer cualquier otra cosa...sera?...preguntemonos y contestemos sinceramente. SI NO HAY UN CODIGO MORAL en nuestra vida, SI NADA TRASCIENDE MAS ALLA DE NUESTRA PROPIA EXISTENCIA, entonces somos igual o peor que los animales, porque simplemente cumplimos con las leyes fisicas de la vida, NACER, CRECER, REPRODUCIRNOS Y MORIR, y podriamos decir que somos los protagonistas de la historia, los mas tontos e ilusos, porque vivimos simplemente un proceso que quedara simplemente en tierra o en NADA. Que sentido tiene entonces hacer el BIEN? o aceptar el MAL, como algo natural?,
Y concluyo con lo siguiente, ser ateo no es malo, ser ateo es preocupante, porque se cae en el autoengano. Me miento a mi mismo, me doy mis propias reglas, aunque nunca caiga en cuenta que quien o que, es la CAUSA no de la vida en general; sino MI PROPIA VIDA.
Friday, March 30, 2012
DEMUESTRA ALEGRIA...
Demuestra alegria en la relacion con tus amigos. Muchas veces la alegria espontanea de un saludo conquista un corazon y alivia un sufrimiento.
La tristeza y el mal humor de un saludo destilan veneno en un corazon alegre.
Despliega alegria y bienestar, frente a las personas conocidas, y te llegaran los buenos resultados de algo meritorio y bien hecho.
Que tus amigos sientan el calor de tu corazon afectuoso, en la sencillez de un saludo alegre.
La tristeza y el mal humor de un saludo destilan veneno en un corazon alegre.
Despliega alegria y bienestar, frente a las personas conocidas, y te llegaran los buenos resultados de algo meritorio y bien hecho.
Que tus amigos sientan el calor de tu corazon afectuoso, en la sencillez de un saludo alegre.
Thursday, March 29, 2012
LUJOS INNECESARIOS
Evita el lujo innecesario. Todo lo que recarga el ambiente es molesto. Se sobrio y natural. Lo artificial distorciona y produce fatigas innutiles. La sobriedad comunica descanso al espiritu y al cuerpo. Se sobrio y natural en todo, comenzando en tu persona y llegando hasta los muebles de tu casa. Que poco tiene quien se esfuerza por mostrar mas de lo que tiene!
Wednesday, March 28, 2012
SE ATENTO Y COMPRENSIVO
Se atento y comprensivo. Muchas veces los que vienen a conversar contigo traen problemas reconditos, ocultos en el fondo del alma!
No pierdas la calma, tu que vislumbraste ya la luz de la comprension de los hermanos.
Manten el equilibrio cuando se presente alguien perturbado.
Se atento y comprensivo: en el mundo hay muchisimos enfermos y tu tienes salud moral.
No pierdas la calma, tu que vislumbraste ya la luz de la comprension de los hermanos.
Manten el equilibrio cuando se presente alguien perturbado.
Se atento y comprensivo: en el mundo hay muchisimos enfermos y tu tienes salud moral.
Tuesday, March 27, 2012
MIRADAS DE ENVIDIA
No busques los primeros puestos. Mientras mas te expongas a las miradas ajenas, tanto mas seras el blanco de celos y envidias.
Las vibraciones negativas, aunque no te hagan mal, podran cansarte en el trabajo de defenderte.
Procura obrar discretamente, pero con firmeza dejando que los vanidosos y superficiales aparezcan en una luz de la que tu no necesitas para brillar.
El vidrio comun brilla mucho con el sol, pero el brillo de oro esta escondido en el cofre, sin que por ello valga menos que el vidrio....
Las vibraciones negativas, aunque no te hagan mal, podran cansarte en el trabajo de defenderte.
Procura obrar discretamente, pero con firmeza dejando que los vanidosos y superficiales aparezcan en una luz de la que tu no necesitas para brillar.
El vidrio comun brilla mucho con el sol, pero el brillo de oro esta escondido en el cofre, sin que por ello valga menos que el vidrio....
Sunday, March 25, 2012
MEXICO DIOS TE AMA
"MEXICO ME IMPORTAS, MEXICO ME INTERESAS, QUIERO ESTAR CONTIGO, CAMINO CONTIGO, MEXICO TE AMO Y VINE A DARTE CONSUELO EN NOMBRE DE DIOS Y A PONER UNA SEMILLA DE ESPERANZA EN EL CORAZON DE CADA UNO DE TU HIJOS"
G R A C I A S! BENEDICTO XVI, TE PUSISTE NUESTRO SOMBRERO MEXICANO QUE SIMBOLIZA LA COMPASION POR ESTA GENTE QUE SUFRE, LA INJUSTICIA, LA POBREZA, INCLUSO LA MUERTE. RECORDEMOS LAS PALABRAS DE JESUS DESDE LA CRUZ; "MUJER EH AHI TU HIJO; HIJO EH AHI TU MADRE".
G R A C I A S! BENEDICTO XVI, TE PUSISTE NUESTRO SOMBRERO MEXICANO QUE SIMBOLIZA LA COMPASION POR ESTA GENTE QUE SUFRE, LA INJUSTICIA, LA POBREZA, INCLUSO LA MUERTE. RECORDEMOS LAS PALABRAS DE JESUS DESDE LA CRUZ; "MUJER EH AHI TU HIJO; HIJO EH AHI TU MADRE".
HOMILIA DE BENEDICTO XVI EN EL PARQUE BICENTENARIO DOMINGO 25 DE MARZO 2012
Un corazón puro ayuda en los momentos de dolor y esperanza del pueblo mexicano
Homilía de Benedicto XVI en la Santa Misa del Parque Bicentenario de León
LEÓN, domingo 25 marzo 2012 (ZENIT.org).- Ofrecemos el texto de la homilía pronunciada por Benedicto XVI en la Santa Misa celebrada a las 10 de la mañana, hora local, en el Parque Expo Bicentenario de León, México, ante medio millón de personas en su mayoría jóvenes.
*****
Queridos hermanos y hermanas:
Me complace estar entre ustedes, y deseo agradecer vivamente a monseñor José Guadalupe Martín Rábago, arzobispo de León, sus amables palabras de bienvenida. Saludo al episcopado mexicano, así como a los señores cardenales y demás obispos aquí presentes, en particular a los procedentes de Latinoamérica y el Caribe. Vaya también mi saludo caluroso a las autoridades que nos acompañan, así como a todos los que se han congregado para participar en esta Santa Misa presidida por el Sucesor de Pedro.
«Crea en mí, Señor, un corazón puro» (Sal 50,12), hemos invocado en el salmo responsorial. Esta exclamación muestra la profundidad con la que hemos de prepararnos para celebrar la próxima semana el gran misterio de la pasión, muerte y resurrección del Señor. Nos ayuda asimismo a mirar muy dentro del corazón humano, especialmente en los momentos de dolor y de esperanza a la vez, como los que atraviesa en la actualidad el pueblo mexicano y también otros de Latinoamérica.
El anhelo de un corazón puro, sincero, humilde, aceptable a Dios, era muy sentido ya por Israel, a medida que tomaba conciencia de la persistencia del mal y del pecado en su seno, como un poder prácticamente implacable e imposible de superar. Quedaba sólo confiar en la misericordia de Dios omnipotente y la esperanza de que él cambiara desde dentro, desde el corazón, una situación insoportable, oscura y sin futuro. Así fue abriéndose paso el recurso a la misericordia infinita del Señor, que no quiere la muerte del pecador, sino que se convierta y viva (cf. Ez 33,11). Un corazón puro, un corazón nuevo, es el que se reconoce impotente por sí mismo, y se pone en manos de Dios para seguir esperando en sus promesas. De este modo, el salmista puede decir convencido al Señor: «Volverán a ti los pecadores» (Sal 50,15). Y, hacia el final del salmo, dará una explicación que es al mismo tiempo una firme confesión de fe: «Un corazón quebrantado y humillado, tú no lo desprecias» (v. 19).
La historia de Israel narra también grandes proezas y batallas, pero a la hora de afrontar su existencia más auténtica, su destino más decisivo, la salvación, más que en sus propias fuerzas, pone su esperanza en Dios, que puede recrear un corazón nuevo, no insensible y engreído. Esto nos puede recordar hoy a cada uno de nosotros y a nuestros pueblos que, cuando se trata de la vida personal y comunitaria, en su dimensión más profunda, no bastarán las estrategias humanas para salvarnos. Se ha de recurrir también al único que puede dar vida en plenitud, porque él mismo es la esencia de la vida y su autor, y nos ha hecho partícipes de ella por su Hijo Jesucristo.
El Evangelio de hoy prosigue haciéndonos ver cómo este antiguo anhelo de vida plena se ha cumplido realmente en Cristo. Lo explica san Juan en un pasaje en el que se cruza el deseo de unos griegos de ver a Jesús y el momento en que el Señor está por ser glorificado. A la pregunta de los griegos, representantes del mundo pagano, Jesús responde diciendo: «Ha llegado la hora de que el Hijo del hombre sea glorificado» (Jn 12,23). Respuesta extraña, que parece incoherente con la pregunta de los griegos. ¿Qué tiene que ver la glorificación de Jesús con la petición de encontrarse con él? Pero sí que hay una relación. Alguien podría pensar –observa san Agustín– que Jesús se sentía glorificado porque venían a él los gentiles. Algo parecido al aplauso de la multitud que da «gloria» a los grandes del mundo, diríamos hoy. Pero no es así ;. «Convenía que a la excelsitud de su glorificación precediese la humildad de su pasión» (In Joannis Ev., 51,9: PL 35, 1766).
La respuesta de Jesús, anunciando su pasión inminente, viene a decir que un encuentro ocasional en aquellos momentos sería superfluo y tal vez engañoso. Al que los griegos quieren ver en realidad, lo verán levantado en la cruz, desde la cual atraerá a todos hacia sí (cf. Jn 12,32). Allí comenzará su «gloria», a causa de su sacrificio de expiación por todos, como el grano de trigo caído en tierra que muriendo, germina y da fruto abundante. Encontrarán a quien seguramente sin saberlo andaban buscando en su corazón, al verdadero Dios que se hace reconocible para todos los pueblos. Este es también el modo en que Nuestra Señora de Guadalupe mostró su divino Hijo a san Juan Diego. No como a un héroe portentoso de leyenda, sino como al verdaderísimo Dios, por quien se vive, al Creador de las personas, de la cercanía y de la inmediación, del Cielo y de la Tierra (cf. Nican Mopohua, v. 33). Ella hizo en aquel momento lo que ya había ensayado en las Bodas de Caná. Ante el apuro de la falta de vino, indicó claramente a los sirvientes que la vía a seguir era su Hijo: «Hagan lo que él les diga» (Jn 2,5).
Queridos hermanos, al venir aquí he podido acercarme al monumento a Cristo Rey, en lo alto del Cubilete. Mi venerado predecesor, el beato papa Juan Pablo II, aunque lo deseó ardientemente, no pudo visitar este lugar emblemático de la fe del pueblo mexicano en sus viajes a esta querida tierra. Seguramente se alegrará hoy desde el cielo de que el Señor me haya concedido la gracia de poder estar ahora con ustedes, como también habrá bendecido a tantos millones de mexicanos que han querido venerar sus reliquias recientemente en todos los rincones del país. Pues bien, en este monumento se representa a Cristo Rey. Pero las coronas que le acompañan, una de soberano y otra de espinas, indican que su realeza no es como muchos la entendieron y la entienden. Su reinado no consiste en el poder de sus ejércitos para someter a los demás por la fuerza o la violencia. Se funda en un poder más grande que gana los corazones: el amo r de Dios que él ha traído al mundo con su sacrificio y la verdad de la que ha dado testimonio. Éste es su señorío, que nadie le podrá quitar ni nadie debe olvidar. Por eso es justo que, por encima de todo, este santuario sea un lugar de peregrinación, de oración ferviente, de conversión, de reconciliación, de búsqueda de la verdad y acogida de la gracia. A él, a Cristo, le pedimos que reine en nuestros corazones haciéndolos puros, dóciles, esperanzados y valientes en la propia humildad.
También hoy, desde este parque con el que se quiere dejar constancia del bicentenario del nacimiento de la nación mexicana, aunando en ella muchas diferencias, pero con un destino y un afán común, pidamos a Cristo un corazón puro, donde él pueda habitar como príncipe de la paz, gracias al poder de Dios, que es el poder del bien, el poder del amor. Y, para que Dios habite en nosotros, hay que escucharlo, hay que dejarse interpelar por su Palabra cada día, meditándola en el propio corazón, a ejemplo de María (cf. Lc 2,51). Así crece nuestra amistad personal con él, se aprende lo que espera de nosotros y se recibe aliento para darlo a conocer a los demás.
En Aparecida, los obispos de Latinoamérica y el Caribe sintieron con clarividencia la necesidad de confirmar, renovar y revitalizar la novedad del Evangelio arraigada en la historia de estas tierras «desde el encuentro personal y comunitario con Jesucristo, que suscite discípulos y misioneros» (Documento conclusivo, 11). La Misión Continental, que ahora se está llevando a cabo diócesis por diócesis en este Continente, tiene precisamente el cometido de hacer llegar esta convicción a todos los cristianos y comunidades eclesiales, para que resistan a la tentación de una fe superficial y rutinaria, a veces fragmentaria e incoherente. También aquí se ha de superar el cansancio de la fe y recuperar «la alegría de ser cristianos, de estar sostenidos por la felicidad interior de conocer a Cristo y de pertenecer a su Iglesia. De esta alegría nacen también las energías para servir a Cristo en l as situaciones agobiantes de sufrimiento humano, para ponerse a su disposición, sin replegarse en el propio bienestar» (Discurso a la Curia Romana, 22 de diciembre de 2011). Lo vemos muy bien en los santos, que se entregaron de lleno a la causa del evangelio con entusiasmo y con gozo, sin reparar en sacrificios, incluso el de la propia vida. Su corazón era una apuesta incondicional por Cristo, de quien habían aprendido lo que significa verdaderamente amar hasta el final.
En este sentido, el Año de la fe, al que he convocado a toda la Iglesia, «es una invitación a una auténtica y renovada conversión al Señor, único Salvador del mundo [...]. La fe, en efecto, crece cuando se vive como experiencia de un amor que se recibe y se comunica como experiencia de gracia y gozo» (Porta fidei, 11 octubre 2011, 6.7).
Pidamos a la Virgen María que nos ayude a purificar nuestro corazón, especialmente ante la cercana celebración de las fiestas de Pascua, para que lleguemos a participar mejor en el misterio salvador de su Hijo, tal como ella lo dio a conocer en estas tierras. Y pidámosle también que siga acompañando y amparando a sus queridos hijos mexicanos y latinoamericanos, para que Cristo reine en sus vidas y les ayude a promover audazmente la paz, la concordia, la justicia y la solidaridad. Amén
Homilía de Benedicto XVI en la Santa Misa del Parque Bicentenario de León
LEÓN, domingo 25 marzo 2012 (ZENIT.org).- Ofrecemos el texto de la homilía pronunciada por Benedicto XVI en la Santa Misa celebrada a las 10 de la mañana, hora local, en el Parque Expo Bicentenario de León, México, ante medio millón de personas en su mayoría jóvenes.
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Queridos hermanos y hermanas:
Me complace estar entre ustedes, y deseo agradecer vivamente a monseñor José Guadalupe Martín Rábago, arzobispo de León, sus amables palabras de bienvenida. Saludo al episcopado mexicano, así como a los señores cardenales y demás obispos aquí presentes, en particular a los procedentes de Latinoamérica y el Caribe. Vaya también mi saludo caluroso a las autoridades que nos acompañan, así como a todos los que se han congregado para participar en esta Santa Misa presidida por el Sucesor de Pedro.
«Crea en mí, Señor, un corazón puro» (Sal 50,12), hemos invocado en el salmo responsorial. Esta exclamación muestra la profundidad con la que hemos de prepararnos para celebrar la próxima semana el gran misterio de la pasión, muerte y resurrección del Señor. Nos ayuda asimismo a mirar muy dentro del corazón humano, especialmente en los momentos de dolor y de esperanza a la vez, como los que atraviesa en la actualidad el pueblo mexicano y también otros de Latinoamérica.
El anhelo de un corazón puro, sincero, humilde, aceptable a Dios, era muy sentido ya por Israel, a medida que tomaba conciencia de la persistencia del mal y del pecado en su seno, como un poder prácticamente implacable e imposible de superar. Quedaba sólo confiar en la misericordia de Dios omnipotente y la esperanza de que él cambiara desde dentro, desde el corazón, una situación insoportable, oscura y sin futuro. Así fue abriéndose paso el recurso a la misericordia infinita del Señor, que no quiere la muerte del pecador, sino que se convierta y viva (cf. Ez 33,11). Un corazón puro, un corazón nuevo, es el que se reconoce impotente por sí mismo, y se pone en manos de Dios para seguir esperando en sus promesas. De este modo, el salmista puede decir convencido al Señor: «Volverán a ti los pecadores» (Sal 50,15). Y, hacia el final del salmo, dará una explicación que es al mismo tiempo una firme confesión de fe: «Un corazón quebrantado y humillado, tú no lo desprecias» (v. 19).
La historia de Israel narra también grandes proezas y batallas, pero a la hora de afrontar su existencia más auténtica, su destino más decisivo, la salvación, más que en sus propias fuerzas, pone su esperanza en Dios, que puede recrear un corazón nuevo, no insensible y engreído. Esto nos puede recordar hoy a cada uno de nosotros y a nuestros pueblos que, cuando se trata de la vida personal y comunitaria, en su dimensión más profunda, no bastarán las estrategias humanas para salvarnos. Se ha de recurrir también al único que puede dar vida en plenitud, porque él mismo es la esencia de la vida y su autor, y nos ha hecho partícipes de ella por su Hijo Jesucristo.
El Evangelio de hoy prosigue haciéndonos ver cómo este antiguo anhelo de vida plena se ha cumplido realmente en Cristo. Lo explica san Juan en un pasaje en el que se cruza el deseo de unos griegos de ver a Jesús y el momento en que el Señor está por ser glorificado. A la pregunta de los griegos, representantes del mundo pagano, Jesús responde diciendo: «Ha llegado la hora de que el Hijo del hombre sea glorificado» (Jn 12,23). Respuesta extraña, que parece incoherente con la pregunta de los griegos. ¿Qué tiene que ver la glorificación de Jesús con la petición de encontrarse con él? Pero sí que hay una relación. Alguien podría pensar –observa san Agustín– que Jesús se sentía glorificado porque venían a él los gentiles. Algo parecido al aplauso de la multitud que da «gloria» a los grandes del mundo, diríamos hoy. Pero no es así ;. «Convenía que a la excelsitud de su glorificación precediese la humildad de su pasión» (In Joannis Ev., 51,9: PL 35, 1766).
La respuesta de Jesús, anunciando su pasión inminente, viene a decir que un encuentro ocasional en aquellos momentos sería superfluo y tal vez engañoso. Al que los griegos quieren ver en realidad, lo verán levantado en la cruz, desde la cual atraerá a todos hacia sí (cf. Jn 12,32). Allí comenzará su «gloria», a causa de su sacrificio de expiación por todos, como el grano de trigo caído en tierra que muriendo, germina y da fruto abundante. Encontrarán a quien seguramente sin saberlo andaban buscando en su corazón, al verdadero Dios que se hace reconocible para todos los pueblos. Este es también el modo en que Nuestra Señora de Guadalupe mostró su divino Hijo a san Juan Diego. No como a un héroe portentoso de leyenda, sino como al verdaderísimo Dios, por quien se vive, al Creador de las personas, de la cercanía y de la inmediación, del Cielo y de la Tierra (cf. Nican Mopohua, v. 33). Ella hizo en aquel momento lo que ya había ensayado en las Bodas de Caná. Ante el apuro de la falta de vino, indicó claramente a los sirvientes que la vía a seguir era su Hijo: «Hagan lo que él les diga» (Jn 2,5).
Queridos hermanos, al venir aquí he podido acercarme al monumento a Cristo Rey, en lo alto del Cubilete. Mi venerado predecesor, el beato papa Juan Pablo II, aunque lo deseó ardientemente, no pudo visitar este lugar emblemático de la fe del pueblo mexicano en sus viajes a esta querida tierra. Seguramente se alegrará hoy desde el cielo de que el Señor me haya concedido la gracia de poder estar ahora con ustedes, como también habrá bendecido a tantos millones de mexicanos que han querido venerar sus reliquias recientemente en todos los rincones del país. Pues bien, en este monumento se representa a Cristo Rey. Pero las coronas que le acompañan, una de soberano y otra de espinas, indican que su realeza no es como muchos la entendieron y la entienden. Su reinado no consiste en el poder de sus ejércitos para someter a los demás por la fuerza o la violencia. Se funda en un poder más grande que gana los corazones: el amo r de Dios que él ha traído al mundo con su sacrificio y la verdad de la que ha dado testimonio. Éste es su señorío, que nadie le podrá quitar ni nadie debe olvidar. Por eso es justo que, por encima de todo, este santuario sea un lugar de peregrinación, de oración ferviente, de conversión, de reconciliación, de búsqueda de la verdad y acogida de la gracia. A él, a Cristo, le pedimos que reine en nuestros corazones haciéndolos puros, dóciles, esperanzados y valientes en la propia humildad.
También hoy, desde este parque con el que se quiere dejar constancia del bicentenario del nacimiento de la nación mexicana, aunando en ella muchas diferencias, pero con un destino y un afán común, pidamos a Cristo un corazón puro, donde él pueda habitar como príncipe de la paz, gracias al poder de Dios, que es el poder del bien, el poder del amor. Y, para que Dios habite en nosotros, hay que escucharlo, hay que dejarse interpelar por su Palabra cada día, meditándola en el propio corazón, a ejemplo de María (cf. Lc 2,51). Así crece nuestra amistad personal con él, se aprende lo que espera de nosotros y se recibe aliento para darlo a conocer a los demás.
En Aparecida, los obispos de Latinoamérica y el Caribe sintieron con clarividencia la necesidad de confirmar, renovar y revitalizar la novedad del Evangelio arraigada en la historia de estas tierras «desde el encuentro personal y comunitario con Jesucristo, que suscite discípulos y misioneros» (Documento conclusivo, 11). La Misión Continental, que ahora se está llevando a cabo diócesis por diócesis en este Continente, tiene precisamente el cometido de hacer llegar esta convicción a todos los cristianos y comunidades eclesiales, para que resistan a la tentación de una fe superficial y rutinaria, a veces fragmentaria e incoherente. También aquí se ha de superar el cansancio de la fe y recuperar «la alegría de ser cristianos, de estar sostenidos por la felicidad interior de conocer a Cristo y de pertenecer a su Iglesia. De esta alegría nacen también las energías para servir a Cristo en l as situaciones agobiantes de sufrimiento humano, para ponerse a su disposición, sin replegarse en el propio bienestar» (Discurso a la Curia Romana, 22 de diciembre de 2011). Lo vemos muy bien en los santos, que se entregaron de lleno a la causa del evangelio con entusiasmo y con gozo, sin reparar en sacrificios, incluso el de la propia vida. Su corazón era una apuesta incondicional por Cristo, de quien habían aprendido lo que significa verdaderamente amar hasta el final.
En este sentido, el Año de la fe, al que he convocado a toda la Iglesia, «es una invitación a una auténtica y renovada conversión al Señor, único Salvador del mundo [...]. La fe, en efecto, crece cuando se vive como experiencia de un amor que se recibe y se comunica como experiencia de gracia y gozo» (Porta fidei, 11 octubre 2011, 6.7).
Pidamos a la Virgen María que nos ayude a purificar nuestro corazón, especialmente ante la cercana celebración de las fiestas de Pascua, para que lleguemos a participar mejor en el misterio salvador de su Hijo, tal como ella lo dio a conocer en estas tierras. Y pidámosle también que siga acompañando y amparando a sus queridos hijos mexicanos y latinoamericanos, para que Cristo reine en sus vidas y les ayude a promover audazmente la paz, la concordia, la justicia y la solidaridad. Amén
Saturday, March 24, 2012
DISCURSO DE S.S. BENEDICTO XVI EN EL AEROPUERTO DE LEON
Discurso de S.S. Benedicto XVI en Ceremonia de Bienvenida en el Aeropuerto Internacional de Guanajuato, México
Excelentísimo Señor Presidente de la República,
Señores Cardenales,
Venerados hermanos en el Episcopado y el Sacerdocio,
Distinguidas autoridades,
Amado pueblo de Guanajuato y de México entero
Me siento muy feliz de estar aquí, y doy gracias a Dios por haberme permitido realizar el deseo, guardado en mi corazón desde hace mucho tiempo, de poder confirmar en la fe al Pueblo de Dios de esta gran nación en su propia tierra. Es proverbial el fervor del pueblo mexicano con el Sucesor de Pedro, que lo tiene siempre muy presente en su oración. Lo digo en este lugar, considerado el centro geográfico de su territorio, al cual ya quiso venir desde su primer viaje mi venerado predecesor, el beato Juan Pablo II. Al no poder hacerlo, dejó en aquella ocasión un mensaje de aliento y bendición cuando sobrevolaba su espacio aéreo. Hoy me siento dichoso de hacerme eco de sus palabras, en suelo firme y entre ustedes: Agradezco decía en su mensaje el afecto al Papa y la fidelidad al Señor de los fieles del Bajío y de Guanajuato. Que Dios les acompañe siempre (cf. Telegrama, 30 enero 1979).
Con este recuerdo entrañable, le doy las gracias, Señor Presidente, por su cálido recibimiento, y saludo con deferencia a su distinguida esposa y demás autoridades que han querido honrarme con su presencia. Un saludo muy especial a Monseñor José Guadalupe Martín Rábago, Arzobispo de León, así como a Monseñor Carlos Aguiar Retes, Arzobispo de Tlalnepantla, y Presidente de la Conferencia del Episcopado Mexicano y del Consejo Episcopal Latinoamericano. Con esta breve visita, deseo estrechar las manos de todos los mexicanos y abarcar a las naciones y pueblos latinoamericanos, bien representados aquí por tantos obispos, precisamente en este lugar en el que el majestuoso monumento a Cristo Rey, en el cerro del Cubilete, da muestra de la raigambre de la fe católica entre los mexicanos, que se acogen a su constante bendición en todas sus vicisitudes.
México, y la mayoría de los pueblos latinoamericanos, han conmemorado el bicentenario de su independencia, o lo están haciendo en estos años. Muchas han sido las celebraciones religiosas para dar gracias a Dios por este momento tan importante y significativo. Y en ellas, como se hizo en la Santa Misa en la Basílica de San Pedro, en Roma, en la solemnidad de Nuestra Señora de Guadalupe, se invocó con fervor a María Santísima, que hizo ver con dulzura cómo el Señor ama a todos y se entregó por ellos sin distinciones. Nuestra Madre del cielo ha seguido velando por la fe de sus hijos también en la formación de estas naciones, y lo sigue haciendo hoy ante los nuevos desafíos que se les presentan.
Vengo como peregrino de la fe, de la esperanza y de la caridad. Deseo confirmar en la fe a los creyentes en Cristo, afianzarlos en ella y animarlos a revitalizarla con la escucha de la Palabra de Dios, los sacramentos y la coherencia de vida. Así podrán compartirla con los demás, como misioneros entre sus hermanos, y ser fermento en la sociedad, contribuyendo a una convivencia respetuosa y pacífica, basada en la inigualable dignidad de toda persona humana, creada por Dios, y que ningún poder tiene derecho a olvidar o despreciar. Esta dignidad se expresa de manera eminente en el derecho fundamental a la libertad religiosa, en su genuino sentido y en su plena integridad.
Como peregrino de la esperanza, les digo con san Pablo: «No se entristezcan como los que no tienen esperanza» (1 Ts 4,13). La confianza en Dios ofrece la certeza de encontrarlo, de recibir su gracia, y en ello se basa la esperanza de quien cree. Y, sabiendo esto, se esfuerza en transformar también las estructuras y acontecimientos presentes poco gratos, que parecen inconmovibles e insuperables, ayudando a quien no encuentra en la vida sentido ni porvenir. Sí, la esperanza cambia la existencia concreta de cada hombre y cada mujer de manera real (cf. Spe salvi, 2). La esperanza apunta a «un cielo nuevo y una tierra nueva» (Ap 21,1), tratando de ir haciendo palpable ya ahora algunos de sus reflejos. Además, cuando arraiga en un pueblo, cuando se comparte, se difunde como la luz que despeja las tinieblas que ofuscan y atenazan. Este país, este Continente, está llamado a vivir la esperanza en Dios como una convicción profunda, convirtiéndola en una actitud del corazón y en un compromiso concreto de caminar juntos hacia un mundo mejor. Como ya dije en Roma, «continúen avanzando sin desfallecer en la construcción de una sociedad cimentada en el desarrollo del bien, el triunfo del amor y la difusión de la justicia» (Homilía en la solemnidad de Nuestra Señor de Guadalupe, Roma, 12 diciembre 2011).
Junto a la fe y la esperanza, el creyente en Cristo, y la Iglesia en su conjunto, vive y practica la caridad como elemento esencial de su misión. En su acepción primera, la caridad «es ante todo y simplemente la respuesta a una necesidad inmediata en una determinada situación» (Deus caritas est, 31,a), como es socorrer a los que padecen hambre, carecen de cobijo, están enfermos o necesitados en algún aspecto de su existencia. Nadie queda excluido por su origen o creencias de esta misión de la Iglesia, que no entra en competencia con otras iniciativas privadas o públicas, es más, ella colabora gustosa con quienes persiguen estos mismos fines. Tampoco pretende otra cosa que hacer de manera desinteresada y respetuosa el bien al menesteroso, a quien tantas veces lo que más le falta es precisamente una muestra de amor auténtico.
Señor Presidente, amigos todos: en estos días pediré encarecidamente al Señor y a la Virgen de Guadalupe por este pueblo, para que haga honor a la fe recibida y a sus mejores tradiciones; y rezaré especialmente por quienes más lo precisan, particularmente por los que sufren a causa de antiguas y nuevas rivalidades, resentimientos y formas de violencia. Ya sé que estoy en un país orgulloso de su hospitalidad y deseoso de que nadie se sienta extraño en su tierra. Lo sé, lo sabía ya, pero ahora lo veo y lo siento muy dentro del corazón. Espero con toda mi alma que lo sientan también tantos mexicanos que viven fuera de su patria natal, pero que nunca la olvidan y desean verla crecer en la concordia y en un auténtico desarrollo integral. Muchas gracias.
Excelentísimo Señor Presidente de la República,
Señores Cardenales,
Venerados hermanos en el Episcopado y el Sacerdocio,
Distinguidas autoridades,
Amado pueblo de Guanajuato y de México entero
Me siento muy feliz de estar aquí, y doy gracias a Dios por haberme permitido realizar el deseo, guardado en mi corazón desde hace mucho tiempo, de poder confirmar en la fe al Pueblo de Dios de esta gran nación en su propia tierra. Es proverbial el fervor del pueblo mexicano con el Sucesor de Pedro, que lo tiene siempre muy presente en su oración. Lo digo en este lugar, considerado el centro geográfico de su territorio, al cual ya quiso venir desde su primer viaje mi venerado predecesor, el beato Juan Pablo II. Al no poder hacerlo, dejó en aquella ocasión un mensaje de aliento y bendición cuando sobrevolaba su espacio aéreo. Hoy me siento dichoso de hacerme eco de sus palabras, en suelo firme y entre ustedes: Agradezco decía en su mensaje el afecto al Papa y la fidelidad al Señor de los fieles del Bajío y de Guanajuato. Que Dios les acompañe siempre (cf. Telegrama, 30 enero 1979).
Con este recuerdo entrañable, le doy las gracias, Señor Presidente, por su cálido recibimiento, y saludo con deferencia a su distinguida esposa y demás autoridades que han querido honrarme con su presencia. Un saludo muy especial a Monseñor José Guadalupe Martín Rábago, Arzobispo de León, así como a Monseñor Carlos Aguiar Retes, Arzobispo de Tlalnepantla, y Presidente de la Conferencia del Episcopado Mexicano y del Consejo Episcopal Latinoamericano. Con esta breve visita, deseo estrechar las manos de todos los mexicanos y abarcar a las naciones y pueblos latinoamericanos, bien representados aquí por tantos obispos, precisamente en este lugar en el que el majestuoso monumento a Cristo Rey, en el cerro del Cubilete, da muestra de la raigambre de la fe católica entre los mexicanos, que se acogen a su constante bendición en todas sus vicisitudes.
México, y la mayoría de los pueblos latinoamericanos, han conmemorado el bicentenario de su independencia, o lo están haciendo en estos años. Muchas han sido las celebraciones religiosas para dar gracias a Dios por este momento tan importante y significativo. Y en ellas, como se hizo en la Santa Misa en la Basílica de San Pedro, en Roma, en la solemnidad de Nuestra Señora de Guadalupe, se invocó con fervor a María Santísima, que hizo ver con dulzura cómo el Señor ama a todos y se entregó por ellos sin distinciones. Nuestra Madre del cielo ha seguido velando por la fe de sus hijos también en la formación de estas naciones, y lo sigue haciendo hoy ante los nuevos desafíos que se les presentan.
Vengo como peregrino de la fe, de la esperanza y de la caridad. Deseo confirmar en la fe a los creyentes en Cristo, afianzarlos en ella y animarlos a revitalizarla con la escucha de la Palabra de Dios, los sacramentos y la coherencia de vida. Así podrán compartirla con los demás, como misioneros entre sus hermanos, y ser fermento en la sociedad, contribuyendo a una convivencia respetuosa y pacífica, basada en la inigualable dignidad de toda persona humana, creada por Dios, y que ningún poder tiene derecho a olvidar o despreciar. Esta dignidad se expresa de manera eminente en el derecho fundamental a la libertad religiosa, en su genuino sentido y en su plena integridad.
Como peregrino de la esperanza, les digo con san Pablo: «No se entristezcan como los que no tienen esperanza» (1 Ts 4,13). La confianza en Dios ofrece la certeza de encontrarlo, de recibir su gracia, y en ello se basa la esperanza de quien cree. Y, sabiendo esto, se esfuerza en transformar también las estructuras y acontecimientos presentes poco gratos, que parecen inconmovibles e insuperables, ayudando a quien no encuentra en la vida sentido ni porvenir. Sí, la esperanza cambia la existencia concreta de cada hombre y cada mujer de manera real (cf. Spe salvi, 2). La esperanza apunta a «un cielo nuevo y una tierra nueva» (Ap 21,1), tratando de ir haciendo palpable ya ahora algunos de sus reflejos. Además, cuando arraiga en un pueblo, cuando se comparte, se difunde como la luz que despeja las tinieblas que ofuscan y atenazan. Este país, este Continente, está llamado a vivir la esperanza en Dios como una convicción profunda, convirtiéndola en una actitud del corazón y en un compromiso concreto de caminar juntos hacia un mundo mejor. Como ya dije en Roma, «continúen avanzando sin desfallecer en la construcción de una sociedad cimentada en el desarrollo del bien, el triunfo del amor y la difusión de la justicia» (Homilía en la solemnidad de Nuestra Señor de Guadalupe, Roma, 12 diciembre 2011).
Junto a la fe y la esperanza, el creyente en Cristo, y la Iglesia en su conjunto, vive y practica la caridad como elemento esencial de su misión. En su acepción primera, la caridad «es ante todo y simplemente la respuesta a una necesidad inmediata en una determinada situación» (Deus caritas est, 31,a), como es socorrer a los que padecen hambre, carecen de cobijo, están enfermos o necesitados en algún aspecto de su existencia. Nadie queda excluido por su origen o creencias de esta misión de la Iglesia, que no entra en competencia con otras iniciativas privadas o públicas, es más, ella colabora gustosa con quienes persiguen estos mismos fines. Tampoco pretende otra cosa que hacer de manera desinteresada y respetuosa el bien al menesteroso, a quien tantas veces lo que más le falta es precisamente una muestra de amor auténtico.
Señor Presidente, amigos todos: en estos días pediré encarecidamente al Señor y a la Virgen de Guadalupe por este pueblo, para que haga honor a la fe recibida y a sus mejores tradiciones; y rezaré especialmente por quienes más lo precisan, particularmente por los que sufren a causa de antiguas y nuevas rivalidades, resentimientos y formas de violencia. Ya sé que estoy en un país orgulloso de su hospitalidad y deseoso de que nadie se sienta extraño en su tierra. Lo sé, lo sabía ya, pero ahora lo veo y lo siento muy dentro del corazón. Espero con toda mi alma que lo sientan también tantos mexicanos que viven fuera de su patria natal, pero que nunca la olvidan y desean verla crecer en la concordia y en un auténtico desarrollo integral. Muchas gracias.
Friday, March 23, 2012
LISTA DE PAPAS EN LA HISTORIA....
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LA QUESTION IGLESIA EN POCAS PERO SUSTANTIVAS PALABRAS...
LA CUESTIÓN ES que la Iglesia es una institución fundada x Cristo y los Apóstoles. No nació "sola". Dos mil años de Historia. Jesús habla de "su" Iglesia. San Pablo habla del amor de Cristo x su Iglesia y de ésta como un cuerpo, que tiene m...uchos miembros. Jesús envía a Los Discípulos a Bautizar y ENSEÑAR a las naciones... Lee el fin de los 4 Evangelios y Hechos de Los Apóstoles y las cartas de San Pablo a Romanos y Filipenses.
Thursday, March 22, 2012
OFENSAS AL PAPA? NADA NUEVO!...
EL RETO DEL CATOLICO HOY: Primeramente reconocer que la FE es un regalo divino. Esta sociedad actual ofrece mucho que ver, mucho que tocar, mucho que oir y no estoy satanisando los inventos modernos. Pero quienes hemos sido bautizados en la fe debemos tener cuidado de ser UNOS ILUSOS Y TRISTES MARIONETAS de la sociedad, que veran que no practicamos lo que profesamos. No creemos en UN CADAVER vivio... hace 2000 anios, creemos que que JESUS ESTA VIVO. Ese es precisamente el kerigma de la fe JESUS MURIO Y JESUS RESUCITO. EL PADRE lo envio para redimirnos, y depues de 50 dias de su resurrecion envio su ESPIRITU SANTO, para confirmarnos en la fe. Aquello que los apostoles vieron, y todo lo que se nos ha transmitido en el paso de los siglos, pero algo importante; EL ENEMIGO DE LOS SEGUIDORES DE JESUS NO DESCANSARA Y SE GASTARA HASTA EL ULTIMO CARTUCHO HASTA VERLOS DERROTADOS. Por eso las ofensas al VICARIO DE CRISTO; EL PAPA, deben tomarse con madurez cristiana y orar por los agresores. Y concluyo con las mismas palabras de JESUS. San Mateo 16, 18-19 "Y YO A MI VEZ TE DIGO QUE TU ERES PEDRO, Y SOBRE ESTA PIEDRA EDIFICARE MI IGLESIA, Y LAS PUERTAS DEL ABISMO NO PODRAN VENCERLA. A TI TE DARE LAS LLAVES DEL REINO DE LOS CIELOS; Y LO QUE ATES EN LA TIERRA QUEDARA ATADO EN LOS CIELOS, Y LO QUE DESATES EN LA TIERRA QUEDARA DESATADO EN LOS CIELOS".
Wednesday, March 21, 2012
QUO VADIS DOMINE? A DONDE VAS SENOR?
La frase "Quo Vadis domine" significa: A dónde vas señor?
La frase la dice San Pedro cuando huyendo de Roma se encuentra a Jesucristo y le hace esta pregunta: "Quo Vadis domine".
Este momento aparece en el manuscrito llamado La leyenda Aurea o La leyenda dorada, escrito en el siglo XIII, por el monje dominico y arzobispo de Genova, Jacobo de Vorágine o Santiago de Vorágine. Este monje escribió - muy detalladamente en latin - la vida de 180 santos y mártires de la Iglesia Católica.
En el manuscrito se narra el episodio de San Pedro cuando el emperador románo Nerón en el año 64 comenzó una terrible persecución contra los cristianos. San Pedro temeroso de lo que pudiera sucederle huyó de Roma por la Via Apia, pero en el trayecto se encontró con Jesucristo que cargaba con una cruz.
Este momento aparece en el manuscrito llamado La leyenda Aurea o La leyenda dorada, escrito en el siglo XIII, por el monje dominico y arzobispo de Genova, Jacobo de Vorágine o Santiago de Vorágine. Este monje escribió - muy detalladamente en latin - la vida de 180 santos y mártires de la Iglesia Católica.
En el manuscrito se narra el episodio de San Pedro cuando el emperador románo Nerón en el año 64 comenzó una terrible persecución contra los cristianos. San Pedro temeroso de lo que pudiera sucederle huyó de Roma por la Via Apia, pero en el trayecto se encontró con Jesucristo que cargaba con una cruz.
Entonce le pregunto "Quo Vadis Domine" ¿A donde vas Señor? y Cristo le contesto: Mi pueblo en Roma te necesita, si abandonas a mis ovejas yo iré a Roma para ser crucificado de nuevo.
San Pedro avergonzado de su actitud, volvió a Roma y de inmediato fué detenido por Nerón. Se dice que condenado a ser crucificado dijo que no era digno de morir como su maestro, por lo que los romános optarón por crucificarlo cabeza abajo.
En el lugar de su martirio hoy dia según la tradición se levanta la Basilica de San Pedro de El Vaticano y en la cripta de la Basilica reposan los restos del apostol de Jesús.
San Pedro avergonzado de su actitud, volvió a Roma y de inmediato fué detenido por Nerón. Se dice que condenado a ser crucificado dijo que no era digno de morir como su maestro, por lo que los romános optarón por crucificarlo cabeza abajo.
En el lugar de su martirio hoy dia según la tradición se levanta la Basilica de San Pedro de El Vaticano y en la cripta de la Basilica reposan los restos del apostol de Jesús.
SE EL MISMO.....
SE EL MISMO, DENTRO Y FUERA DE CASA. EL HOGAR ES LA SOCIEDAD EN MINIATURA.
LA SOCIEDAD ES EL HOGAR AMPLIADO.
EN AMBAS PARTES SE EL MISMO: HOMBRE DE PALABRA, QUE SABE LO QUE PIENSA, COHERENTE CON LO QUE HACE, QUE MANTIENE LA SERENIDAD PORQUE CONFIA EN SUS VALORES.
EL HOMBRE ES LO QUE ES.
SUS EXPRESIONES EXTERNAS SON LA MANIFESTACION DEL ESTADO INTERIOR DE NUESTRA ALMA.
LA SOCIEDAD ES EL HOGAR AMPLIADO.
EN AMBAS PARTES SE EL MISMO: HOMBRE DE PALABRA, QUE SABE LO QUE PIENSA, COHERENTE CON LO QUE HACE, QUE MANTIENE LA SERENIDAD PORQUE CONFIA EN SUS VALORES.
EL HOMBRE ES LO QUE ES.
SUS EXPRESIONES EXTERNAS SON LA MANIFESTACION DEL ESTADO INTERIOR DE NUESTRA ALMA.
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